UN INCENDIO MÁS EN
VILLA DE LEYVA… ALGO DE NUNCA ACABAR
Testimonio
Por Guillermo Torres
Mojica
En los treinta y cinco años que he estado vinculado a Villa
de Leyva he sido testigo de muchos
incendios, tanto que ya se me olvidó el número, podrían ser más de diez, por
eso solo lo nombro como uno más.
De cuando en cuando por lo general en épocas pre electorales
y en coincidencia con los veranos recalcitrantes el fuego se ensaña con los
cerros circundantes como un dragón ávido de desgracia. Durante todo ese tiempo,
el drama se repite de la misma manera cíclicamente, sin que ninguna
administración realice las medidas de fondo requeridas para prevenirlo. Las
disculpas siempre son las mismas: “manos criminales”, “el verano es
implacable”, “los cazadores de armadillos”, “algún turista desprevenido”, “un
pirómano”, “un campesino hizo una quema que se le salió de las manos”… y así la
montaña se ido degradando de tal manera que ya solo se percibe una roca pelada,
sin suelo vegetal, donde año a año tratan de salir algunas breñas para ser
consumidas nuevamente al año siguiente.
Recuerdo muy bien, como si fuera ayer, a los venados que
venían a la madrugada a comer desperdicios en la cabaña donde vivía, en la loma
donde hoy se asienta la urbanización Nido Verde. El espectáculo era
impresionante, manadas de doce, quince ejemplares de varias edades merodeaban
por las faldas de la montaña. Y así, imagínense la variedad de aves, roedores,
marsupiales, insectos, en fin una biodiversidad hermosa y plena. El agua corría
por todas las quebradas de manera generosa. La quebrada San Francisco y la de San
Agustín tenían amplios pozos donde se podía nadar y solazarse disfrutando de un
agua cristalina donde se pescaban capitanes, el hoy extinto pez nativo. El
padre Beremundo, sembraba alevinos de truchas en todas las quebradas y ríos.
Conocí a algunos jóvenes de ese entonces que realizaron sus estudios pagándolos
con el resultado de sus pesquerías. Los bosques de robles, aunque depredados
por muchos para alimentar las cocinas de leña, que en ese entonces eran de uso
común, cubrían gran parte de los cerros. Ardillas, micos nocturnos, mariposas
de alas transparentes, catufos y toda una fauna y flora bellísima hacían las
delicias de propios y extraños.
El poderoso río Cane, el Leyva, la Cebada, el Suta, así como
las quebradas principales como la del Roble, la Colorada, los Micos, Tintales,
etc. bramaban en invierno asustando a los vecinos con sus rugientes causes. La
Periquera especialmente, presentaba un espectáculo impresionante con su
tremendo caudal lanzado al vacío en sus cuatro cascadas simultáneas. Las de
Gachantivá camufladas entre los espesos bosques de robles nativos eran un
espectáculo sencillamente impresionante donde el caminante se extasiaba de
emoción y sorpresa ante semejante regalo de la naturaleza. Era otra era, esa que
existió antes del advenimiento de la gran destrucción, de la maldición de una civilización
depredadora, utilitarista y anti-natura. La de la urbanización a ultranza, la
del turismo masivo, la del comercio, la codicia y la soberbia.
Y volviendo a los
incendios consuetudinarios. Decíamos que debido a los permanentes incendios los
cerros tutelares de la Villa que se enmarcan dentro del Santuario de Fauna y
Flora de Iguaque, son un inmenso campo de vegetación invasora que tarda un
tiempo en crecer de manera espontánea para ser quemada en el próximo evento.
Entre tanto, de manera repetitiva y posterior a los incendios, las administraciones se
dedican a conseguir recursos para las famosas “reforestaciones”. Corpoboyacá, siempre
atenta a repartir contratos predeterminados entre los beneficiados del grupo
político a la que fue asignada, destina siempre un presupuesto para colaborar a
“subsanar la pérdida de cobertura vegetal”. De dichas reforestaciones, en mi testimonio
de treinta y cinco años, no conozco un solo árbol que haya sobrevivido más de
tres meses. Centenas de miles de millones de pesos perdidos en una siembra mal
hecha, mal mantenida, mal administrada, mal manejada; un enorme hueco negro
donde la corrupción, la desidia, las trampas, la ineficiencia y todos los males
de nuestra politiquería y burocracia se hacen presentes.
El cuerpo de bomberos con sus luchas de poder interno, con
sus inconsistencias técnicas, con la ausencia de presupuesto, con su
improvisación, con sus personajes ambiguos enquistados, hace el deber que le
corresponde, trabajando una vez al año en apagar las llamas. Con la mano
mendicante todo el tiempo, sin equipos modernos, sin una buena capacitación,
sin la renovación de un personal en edad de jubilación por uno joven y
preparado, no se sabe como hacen el milagro de sobrevivir año a año.
De cuando en cuando aparecen entidades de la sociedad civil
que motivadas por la tragedia se organizan y tratan de intervenir proponiendo
proyectos o iniciativas de acciones concretas, siendo derrotadas en el camino
de las soluciones por los obstáculos del clientelismo, la burocracia, la
envidia, el resentimiento, los celos institucionales y todos los prejuicios de
una sociedad chauvinista y de alguna manera xenófoba. De dos grandes intentos
he sido testigo; las propuestas del Colegio Verde a principios de los noventas
y el de la Fundación Ecohumana en los tres últimos años.
Esta Fundación presentó a la Administración Municipal y a la
Gobernación de Boyacá un proyecto muy elaborado y concienzudo dirigido por la
Universidad Nacional y apoyado por reconocidas Universidades Españolas. Fue
socializado en escenarios y reuniones de alto nivel. Se gestionaron los
recursos nacionales, internacionales e interinstitucionales para llevarlo a
cabo. Cuando todo estaba listo, después de dos años de arduo trabajo por parte
de la Fundación, el hecho de que la Universidad Nacional exigía el manejo de
los recursos y no por parte de la Gobernación que se opuso a ello, hizo
naufragar el nuevo intento.
Y así continuamos. En esta oportunidad se vuelve a repetir la
historia. Hoy después de seis días (sep 2 de 2015) de combatir las llamas, de
convocar, transportar, hospedar, alimentar y atender a más de seiscientas
personas de todo Colombia, del Ejército, la Defensa Civil, la Cruz Roja,
Bomberos de varias ciudades y Bomberos voluntarios de muchas partes, de
voluntarios lugareños, campesinos y toda la parafernalia de una operación de
esa naturaleza; de utilizar cinco helicópteros doce horas diarias con un costo
de operación (según datos del Alcalde Camilo Igua) de once millones hora por
aparato (sin tener en cuenta otros costos, como el salario del piloto,
mantenimiento etc.), lo que sumaría quinientos cincuenta millones de pesos
diarios en operaciones de solo los helicópteros, para un total de tres mil
trescientos millones ($3.300.000.000), podemos estar hablando con los otros
gastos de algo así como de cinco mil millones de pesos el costo del incendio de
este año.
Son la una y treinta de la tarde del dos de septiembre y
cuando me proponía a terminar esta crónica dando por cierto el parte “el
control total” del incendio por parte del Alcalde, cuando fui interrumpido por
las sirenas del cuerpo de bomberos. Al asomarme, una gran columna de humo
ascendía amenazante en el sector del Gomar.
Me dirijo hacia el lugar para averiguar de cerca lo sucedido.
Al llegar al sector del Gomar el panorama era desolador. Grandes llamaradas
amenazan las casas construidas en el costado oriental del cerro, que a
propósito, parecen construidas en zona de amortiguación. Subo y me detiene el
espeso humo que no permite continuar. Bajo a un sitio más despejado y observo
que desgraciadamente el incendio tiene nuevamente grandes proporciones. Llegan
los bomberos, los carro-tanques, nuevamente se activa la operación. Lo bárbaro
es que ya no hay helicópteros con bolsas para el agua. Se fueron hace unas
pocas horas a sus bases lejanas.
Un habitante del lugar, baja con los ojos rojos inyectados de
sangre. Su casa está en riesgo, está rodeada de llamas, pero se tranquiliza
puesto que en su patio se encuentran los bomberos. Como un parte casi milagroso
se informó que ninguna casa fue afectada por las llamas gracias a la oportuna
intervención de los Bomberos. Valga la pena comentarlo pero el heroísmo de
estos hombres en su labor contra en fuego es inimaginable es impactante verlos
frente a las imponentes llamaradas armados simplemente de una manguera. Parados
como titanes frente a semejante amenaza, antes de retroceder avanzan retando el
peligro de ser abrazados por el fuego. Para su eficiencia juega un papel
importante los camiones cisterna que alimentan sus mangueras con agua y
químicos retardantes, las comunicaciones, vitales para recibir instrucciones de
quienes planifican el ataque, el apoyo en sus espaldas de brigadas prestas a socorrerlos,
pero ante todo, el valor temerario y un corazón valiente dispuesto al
sacrificio.
Y ya que hablamos de héroes, no podemos dejar de comentar
como tantas personas, en este caso más de seiscientas según el Alcalde Igua,
dedicadas de lleno a conminar la emergencia.
Cuando tenemos la oportunidad de visitar el centro de
Operaciones Unificado, Ubicado en las instalaciones del Hipódromo de Villa de
Leyva, el espectáculo parece un escenario de Guerra, camiones, carpas,
vehículos especializados, helipuerto, en fin todo una operación que demuestra
el interés y apoyo definitivo del Gobierno Central y la solidaridad nacional
para con Villa de leyva. Organismos de socorro como la Defensa Civil, Parques
Nacionales, la Cruz Roja, los cuerpos de Bomberos profesionales y los
voluntarios, el Ejercito Nacional con sus cuarenta hombres del Batallón de
Atención a Desastres; además esos héroes solitarios como los campesinos, los
voluntarios anónimos, jóvenes, que madrugan con su machete en la mano
dispuestos a todos los riesgos de un incendio en la montaña. Héroes anónimos
que sin ningún reparo arriesgan su integridad y su vida por defender un metro
de terreno al fuego devorador de las llamas.
Ahora me viene a la memoria la muerte en el combate con el
fuego del voluntario de la Defensa Civil durante el histórico incendio sucedido
en el cañón del antiguo camino a Tunja y los cerros circundantes, en el
nacimiento de la quebrada San Francisco. En aquella ocasión el fuego lo
acorraló a un precipicio en el farallón empujándolo a una caída vertical de más
de cincuenta metros. Su cadáver fue rescatado con dificultad de las cenizas en
el fondo de la cañada. Su muerte desgraciadamente paso de bajo perfil debido
posiblemente al temor de las autoridades municipales el momento hacia la
posibilidad del cobro de alguna indemnización por parte de sus familiares.
Lastimosamente su memoria ha sido sepultada con el paso de los años y aparte de
un tímido reconocimiento en el Consejo Municipal, nos hemos olvidado de
semejante héroe que entregó su vida por salvarnos del fuego. La paradoja es que
el personaje era de Sutamarchán, un vecino de Villa de Leyva. Los ciudadanos de
Villa de Leyva tenemos una deuda pendiente con este anónimo héroe y su
sacrificio. En esa oportunidad, de manera absurda el incendio duró cuarenta y
cinco días. Las causas fueron atribuidas a un demente pirómano que se dedicó a
reiniciar el fuego, escapando de las autoridades día a día. Como anécdota, el
pirómano, se supo posteriormente, encontró la muerte de manera accidental
cuando dormía debajo de una tracto-mula en Samacá.
Tampoco podemos olvidar todas aquellas personas que se
encargan de la logística, que no falte nada, alimentos, bebidas, herramientas,
combustible, etc. La mayoría de ellas fueron las funcionarias de la Alcaldía,
quienes de manera generosa y desinteresada, día y noche estuvieron pendientes
para que no les faltara nada a los que se encontraban en la operación.
Y en este punto es válido evaluar la categoría y las inmensas
implicaciones del delito cometido por la o las personas que inician la
conflagración. Cuantos recursos humanos, técnicos, económicos empleados;
cuantas angustias, trabajos, riesgos, esfuerzos y dificultades; toda la
biodiversidad perdida, los millones de seres vivos desalojados de su hábitat y
los achicharrados por el fuego implacable. Y su resultante final, su efecto
sobre el recurso hídrico, el líquido vital.
En el caso del agua los efectos de los incendios en Villa de
Leyva son evidentes, cada vez que se prende la montaña hemos visto como va
disminuyendo el caudal de las fuentes, de las quebradas, de los ríos. Poco a
poco, de la exuberancia, de la abundancia y de la calidad de las aguas, se ha decaído hasta llegar en la
actualidad a presentarse épocas de racionamiento y ni pensar de lo que se
aproxima. Y la ecuación, costos y beneficios. Aumento de las urbanizaciones
rurales, promoción irresponsable de los cultivos de tomates transgénicos,
aumento de la población flotante del turismo, aumento de la población urbana
por la migración de mano de obra para las construcciones; mientras del otro
lado, el agua disminuye día a día mientras la base natural de la producción de
los recursos ambientales se degrada permanentemente, amenazando la
sostenibilidad del territorio. Y para acabar de completar el panorama, la
llegada de las actividades extractivistas mineras al territorio. Vemos con
terror la llegada de grandes cementeras con la intención de hacer efectivos los
títulos de explotación a cielo abierto de calizas en Gachantivá y la continuidad
de la explotación de caolín formando grandes troneras y cráteres en la reserva
ambiental de la provincia del Alto Ricaurte, donde se erigen los intocables últimos
relictos de bosques de robles nativos. No podemos ni pensar que pasaría que si
un incendio los amenazara.
En conclusión, el nuevo desastre ha dejado tras de sí, no
solamente todo lo antes descrito, sino también indignación infinita contra las
manos criminales que seguramente están detrás del funesto evento; desesperanza
de ver nuevamente verdes cerros, calcinados, llenos de cenizas, oscuros y
melancólicos; temor, no solamente de que vuelva a presentarse otra
conflagración, sino por el futuro que nos espera al continuar la disminución
del recurso hídrico. Vale la pena en este punto lamentar de manera especial la
quema de un gran terreno en Chaina. Este proyecto de reforestación y trabajo
con la comunidad con el pago de
servicios ambientales que se venía realizando hace unos buenos años y que se
había convertido en muestra piloto a nivel nacional e internacional, se
destruyó en gran parte acabando con una zona que se había recuperado de manera
asombrosa y conseguido el renacer del agua para los acueductos de muchas
veredas de Villa de Leyva, muchas de ellas en ese momento en emergencia porque
además varias tuberías de conducción se quemaron en el incendio.
Bueno son la ocho de la noche del 3 de septiembre y parece
que ya pasó pesadilla, los vientos amainados transportan en el ambiente restos
microscópicos de cenizas, en el pueblo se comienzan a asomar algunos turistas
que temerosos caminan mirando a los cerros. En el campo, todavía los abuelos
con tinto en la mano observan las montañas buscando trazos de brazas rojizas.
En los campamentos del comando central de operaciones, en círculos se comentan
las experiencias vividas. Y en algún lugar, un ser inexplicablemente humano,
atemorizado, huye de sus demonios interiores, tal vez sin comprender las terribles
consecuencias de su malhadada existencia; mientras en alguna oficina del CTI y
la Fiscalía doce investigadores
ordenados por el gobierno le tienden el cerco que conduzca a su captura.
Ante todo lo anterior nos quedan las siguientes preguntas:
¿Por qué no se invierten recursos para PREVENIR estos eventos? ¿Dónde están las
políticas públicas que se dediquen exclusivamente a este tema? ¿Cuál será la
incidencia del inminente cambio climático en la amenaza de incendios en el
territorio? ¿Porqué las organizaciones encargadas del manejo y atención a
desastres no cuentan con los recursos suficientes para hacer Gestión del Riesgo
de manera eficiente, científica y oportuna? ¿Cómo deben actuar los Municipios
ante la amenaza? ¿Qué legislación nacional, departamental y municipal es
necesaria para conducir al ciudadano a sus derechos y deberes en el manejo del
riesgo? ¿Qué tipo de educación se debe dar para conseguir un ciudadano
consciente y comprometido ante la amenaza del cambio climático, la
conservación, defensa y protección de los recursos naturales?
Y pasando a otro aspecto, otras preguntas: ¿Somos conscientes
del gran impacto sobre los recursos hídricos de estos incendios recurrentes?
¿Cómo poder implementar acciones eficientes, contundentes y sostenibles para la
recuperación de los estragos sobre la cobertura vegetal de las fuentes de agua
y los ecosistemas primigenios producida por las llamas? ¿Cómo el Estado, la
Academia, las instituciones involucradas y la sociedad civil pueden interactuar
para afrontar la amenaza? ¿Cuáles deben ser los planes de CONTINGENCIA,
PREVENCIÓN, EDUCACIÓN Y CAPACITACIÓN dirigidos exclusivamente a mitigar este
flagelo? Y Una última, ¿Somos conscientes que la misma supervivencia de la VIDA
(ASÍ EN MAYÚSCULAS) en su conjunto está amenazada en cada uno de estos
incendios, QUE AÑO A AÑO SIN QUE HAGAMOS NADA AL RESPECTO, ESTA LANDRANDO
NUESTRO TERRITORIO, condenándolo de paso a una DESERTIFICACIÓN INMINENTE E
INEVITABLE?
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